23.2.06

En busca de Proust


“En Busca del Tiempo Perdido" es un libro que todo psiquiatra debiera leer
(Dr Mario Gomberoff, Maestro de la Psiquiatría Chilena 2005)


Estas palabras, oídas en alguno de los seminarios del Profesor Gomberoff el año 2002, quedaron dando vueltas en mi cabeza. Su convicción resonó en mi espíritu de lector empedernido. Pero el tiempo, aquel escurridizo término, aún tenía cosas que mostrarme.

1. La búsqueda
A fines del 2003 y abrumado por una insostenible inestabilidad afectiva, mi búsqueda de un terreno firme me llevaba por múltiples caminos. Busqué el poder iniciar un proceso de psicoterapia, muchas decisiones importantes me agobiaban, y necesitaba canalizar, o si prefieren sublimar, mi angustia de aquel entonces.
Dos proyectos obsesivos surgieron en mí. El primero, recoger el pañuelo arrojado por el Profesor un año atrás, y leer de corrido los 7 tomos de Proust. El título era más que apropiado a mi estado anímico, no dejaba margen de duda acerca de cual era mi objetivo de ese momento: nada más y nada menos que encontrar el tiempo (mi tiempo) perdido. El segundo proyecto tenía un cariz similar: leer en orden cronológico la obra narrativa de Henry Miller, una forma de sublimación que, suponía yo, tenía más que ver con mi situación de vida de esos días.
Finalmente mi decisión recayó en Miller, y arremetí contra sus Trópicos, emborrachándome en sus disquisiciones sobre la obra artística, sobre el deseo, sobre la vida cotidiana y sus sorprendentes giros… Pero la industria editorial no acompañó mi decisión, y con desolación me vi privado del resto de sus novelas, que ya llevaban varios años sin editarse. Deambulé por librerías de viejos, por el Bio-bio, llamé a antiguos amigos sólo para enterarme del extravío de sus libros en manos de inescrupulosos lectores que no devuelven lo que se les ha prestado… Algo ocurría. La terapeuta a la cual luego de una gran búsqueda había arribado, me anunciaba que no podría iniciar un proceso de terapia conmigo hasta Marzo del 2004. Mi vida sufrió otros grande cambios, que son parte de otra historia… Mi intento por aferrarme a una estabilidad externa había fracasado. Sin duda mi sagaz Profesor hubiera dado más de una acertada interpretación a lo ocurrido, de haberse enterado.

2. Proust
Pero el péndulo vital volvía a acercarme al extraviado centro. La anhelada estabilidad apareció de formas insospechadas, resolví arrastrados conflictos, inicié mi terapia… lo que no cambió fue la realidad editorial, ya que Miller seguía “descontinuado”.
Corría Agosto del 2004 y el proyecto de leer a Proust volvió a rondar en mí. Pero la experiencia con Miller me hizo ser más precavido (y obsesivo). Busqué las ediciones que estuvieran en reimpresión, y que tuvieran cierto stock en librerías. No quería un collage de libros, quería los 7 tomos de la misma editorial, con la misma edición y traducción… y la encontré. El primer día de Septiembre comencé la lectura de la monumental obra.
Fueron 14 meses y 3738 páginas repartidas en los 7 tomos. Contra el mal augurio de muchos, persistí en mi lectura mes tras mes. Desfilaron ante mí y los libros turnos, fines de rotaciones, fin de beca, vacaciones, traslados a provincia, examen de beca… El camino estaba trazado y yo sólo debía seguirlo. Eso sí, con una buena cuota de perseverancia.
El libro arranca de forma cautivante: la fina disección de los recuerdos, evocados en sus distintos componentes, en sus sensaciones y percepciones, puesto al lado de la fragilidad de nuestra memoria y de la caprichosa manera en que nos presenta estos recuerdos. Fue un suave pero ineludible torbellino que me llevó al interior mismo de la experiencia humana, de mi propia experiencia cotidiana. Un cuestionamiento a mi sensación de individualidad, un signo interrogatorio a aquella forma de pensar y sentir que consideraba tan propia y particular mía. Ahí estaba Proust describiendo obsesivas rumiaciones, sentimientos de culpa, abordando a fondo la estructura del deseo, deteniéndose interminablemente en un mismo tema, una y otra vez, sin lograr agotarlo.
En un principio intenté tomar nota de los pasajes por los cuales transcurría la obra, una suerte de hoja de ruta personal de esta aventura que emprendía. Pero era tanto lo que anotaba, que opté por introducir pequeños PostIt en los pasajes relevantes… hasta que se acabaron. Finalmente, eran tantas las notas que hubiera querido tomar, tantos los lugares a destacar, que me rendí a la lectura abandonando la obsesión.
El intento de Proust de entregar un relato que abarque toda una vida exige calma. Tal como en la vida, hay momentos memorables y otros que podemos sentir como simple relleno. Relato y variaciones del relato y variaciones de las variaciones del relato… no por nada “Las mil y una noches” aparece mencionada en varias partes del texto. Como un entrañable amigo, Proust cautiva, entretiene, agobia con sus cavilaciones, se vuelve detestable por momentos… tal como nosotros mismos en nuestras cotidianas reflexiones.
Sin apelar a ninguna teoría psicológica desde el punto de vista de un experto, es capaz de dar profundas descripciones del deseo, de los celos, de la construcción de la realidad, del mundo intersubjetivo, de la inseparabilidad del artista con su obra de arte. Y de la inseparabilidad de nuestro mundo subjetivo y lo que definimos como “real”: casi, por momentos, como un moderno representante de las ciencias cognitivas… ¡si hasta llega a plantear la discontinuidad del “yo” a lo largo de la vida!
Y ya sobre el final, hace una maravillosa reconstrucción de su obra (y de su vida), da una nueva mirada a los momentos más significativos, y hace cobrar todo el valor que no vió en su momento a aquellos que sólo desde la experiencia se logran sopesar correctamente. No por nada Raoul Ruiz escogió este tomo para su hermosa película.

3. El cierre de la Gestalt: La vuelta a Miller
Al finalizar el último tomo, y con una confusa mezcla de sensaciones en el cuerpo, quise decantar la experiencia. Me marginé de la lectura formal, y sólo al cabo de 2 semanas me dispuse a buscar un nuevo libro que leer. Me encontré en un estante con las “Cartas a Anais Nin” de Henry Miller, y me pareció adecuado el formato de “carta” para retomar la lectura. Así sólo leía breves páginas por vez, sin una trama prestablecida, podía intercalar otros textos… Pero las primeras páginas me deparaban un insospechado hallazgo.
Durante 1932, época en que escribía “Trópico de Cáncer” y enviaba cartas a su nueva amada, Miller devoró “En busca del tiempo perdido”, y las impresiones que le causó su lectura eran tema de varias de las cartas a su amiga escritora. Su asombro era similar al mío ante la obra de Proust: también sentía esa profunda interpelación a lo que consideramos “nuestra vida”, a la vez que sentía plasmado en el libro una forma de sentir que consideraba como propia de su ser.
¿Era esto lo que al Profesor Gomberoff le llevaba a recomendar la lectura de Proust? ¿Esta sensación de que no somos tan únicos como pensamos, que en términos generales el “mundo interno” se rige por los mismos patrones de un individuo a otro, incluso en aquello que consideramos como más propio? Difícil saberlo sin preguntárselo.
De cualquier manera, vaya a través de estas líneas mi agradecimiento al Profesor por haberme inducido a tan sorprendente lectura. Por cierto que me sumo a su recomendación.

(Artículo originalmente publicado en el Nº 1 de "Laxitud 33", órgano oficial de la Asociación Libre de Becados de Psiquiatría, Diciembre 2005).
"Una imagen de Proust" por Walter Benjamin