29.11.09

Oposiciones, dualidades y complementos


En todo ámbito de situaciones acostumbramos a trabajar con categorías y clasificaciones de bases dicotómicas, esto es, que generan pares habitualmente opuestos. Si bien esto tiene un claro asidero en los mismos fenómenos naturales (p. ej. día y noche), la posterior adjudicación de un “valor” a cada uno de estos elementos es algo intrínsicamente humano (p. ej. el día es “sereno” y la noche “peligrosa”). Estos “pares de opuestos” son reconocibles en todo ámbito del quehacer humano, y la adjudicación de un “valor” nos lleva habitualmente a optar por aquel que es considerado (social o culturalmente) superior o bueno, en desmedro del que se considera inferior o malo.
Este elemento separador, que genera el par, puede ser artificioso. Siguiendo el mismo ejemplo anterior, si consideramos como unidad el ciclo de rotación terrestre, esto es, las 24 horas del día, podemos considerar que existe una dualidad en él, delimitada por la posición relativa del sol respecto a la tierra en rotación, que genera el día y la noche como elementos distintos pero inseparables del propio ciclo. En esta forma de entendimiento, resulta difícil optar por uno de los elementos del par, ya que la eliminación virtual o real de uno de ellos inevitablemente genera la desaparición del otro. Sin embargo, está claro que ambas parte del ciclo no son iguales, y las posibilidades de acción humana inherentes a cada una de ellas son diferentes. El reconocimiento de ambos elementos de la dualidad nos abre las puertas al uso conciente de las fuerzas propias de cada uno de ellos, sin necesidad de negar alguno.
Considerar a estos elementos como complementarios es reconocer que uno no podría existir sin el otro, que es precisamente esta diferencia relativa entre ellos la que es capaz de generar la categoría que a su vez les otorgará sus atributos distintivos. La filosofía oriental reconoció esta complementariedad hace milenios, y la graficó en el Yin-Yang, donde cada elemento contiene a su contrario, y su división es sinuosa y dinámica.

16.11.09

Las simbólicas granadas



15 En primer lugar fundió dos columnas de bronce,
cada una de nueve metros de alto.
16 Un hilo de seis metros medía la circunferencia de cada columna.
Fundió asimismo dos capiteles de bronce de dos metros y medio de alto,
17 rodeados como de una red de cadenas entrelazadas entre sí,
para ponerlos como remate de las columnas.
18 Moldeó en bronce granadas, dos filas alrededor de cada trenzado, cuatrocientas en total, doscientas en cada capitel.
(1er Libro de los Reyes, cap 7)


Este fragmento, extraído del relato que entrega la Biblia sobre la construcción del Templo de Salomón por parte de Hiram, nos permite inferir que las granadas han tenido un carácter simbólico desde tiempos remotos.
Existen antecedentes que en el antiguo Egipto se plantaron granados sobre las tumbas de algunos faraones.
Para la mitología griega, el granado surge de la sangre derramada de Dioniso, y sus frutos se ofrecían en los templos a Hera, esposa de Zeus. Además, cumple un rol central en el mito de Deméter y Perséfone, como fruto del inframundo.
Para la iconografía medieval, la granada significó también la multiplicidad en la unidad, y de esta forma se convirtió en símbolo tanto de Dios como de la Iglesia Católica.

LA GRANADA COMO SÍMBOLO DEL MUNDO SUBTERRÁNEO
Es de suponer que la asociación de la Granada con el reino de ultratumba va más allá del color rojo sanguíneo de sus granos.
En la mitología griega, Deméter es la diosa de la tierra fecunda y de los bienes que ésta otorga para los hombres. Seducida por Zeus, concibe a Perséfone.
A su vez, la belleza de Perséfone hace que Hades, dios del mundo de los muertos, se enamore de ella y, raptándola, la conduzca a su reino subterráneo. Una iracunda Deméter detiene la producción de bienes naturales, para desgracia de los hombres, y coloca como condición para que la tierra vuelva a dar fruto la devolución de su hija.
Hades accede, pero antes que Perséfone vuelva a la superficie, le da a comer una granada, con lo cual la obliga a retornar a su lado, pues quien coma de los frutos del inframundo deberá, por ley divina, retornar a éste.
Finalmente se acuerda en el Olimpo que Perséfone alterne su vida, en períodos junto a su madre y junto a su esposo Hades, en un ciclo anual que explica el otoño e invierno (con Perséfone junto a Hades y su madre volviendo a la tierra estéril), y la primavera y verano (con la vuelta de Perséfone al mundo terrenal y Deméter cubriendo de dones la tierra).
De allí que la Granada sea símbolo tanto de muerte como de renacimiento y fecundidad, en un movimiento cíclico y perpetuo; y que nos recuerda la muerte simbólica o iniciática presente en tantas culturas y ritos: el descenso transitorio al inframundo para volver luego a la superficie trayendo dones y frutos de provecho para la sociedad.

LA GRANADA COMO SÍMBOLO DE DIVERSIDAD EN LA UNIDAD
Al contemplar una granada madura y entreabierta, vemos fácilmente que se encuentra formada por una multitud de granos, cada uno de los cuales es una semilla. Todos ellos en perfecto orden y equilibrio, su espacio exactamente delimitado por una membrana, de la cual sería difícil decir si su función es separarlos o mantenerlos unidos.
Vista por fuera, su forma prácticamente esférica nos remite simbólicamente a la unidad geométrica, la forma más perfecta y por lo tanto propia de la divinidad, y al número 1 de los pitagóricos.
La potencialidad máxima reside en la unidad, compuesta de innumerables elementos iguales, que esperan su momento adecuado para manifestarse y dar fruto.
Para la iconografía medieval era símbolo del Supremo Hacedor (la Granada) y de sus múltiples atributos (sus granos). Pero también era símbolo de la multitud de hombres (los granos) reunidos bajo la tutela de la Iglesia (la Granada). Se podría hipotetizar que este último simbolismo es una transposición del que tenía en el mundo greco-romano, ya que la Iglesia se originaría luego de la muerte y resurreción de Jesús.

¿Y QUÉ NOS ENSEÑA LA NATURALEZA?
El granado es un vegetal originario de Oriente Medio, que se extendió de forma natural por Europa y Asia, y fue traído por el hombre a América.
En forma silvestre, el granado es un matorral que no da suficiente fruto, ya que su ramaje se entrecruza, y esto disminuye la llegada de savia a las flores y ramas con potencialidad productiva.
Es la mano del hombre-agricultor la que, con paciencia, va eliminado los brotes y yemas de futuras ramas que, por su cercanía al suelo, serían improductivas. En una ardua labor, la voluntad humana va allanado el camino para que este matorral se convierta en un árbol, con frutos abundantes y provechosos para su entorno. La existencia de dichos frutos depende de la labor humana, que con perseverancia poda, guía y espera el momento de la fertilidad de la tierra, para recién entonces cosecharlos y repartirlos en su entorno. Los mismos frutos que son símbolo de la férrea unidad de diferentes hombres bajo un ideal común.

6.9.09

El mítico Oriente


Durante la Edad Media, los mapas situaban en los límites del mundo conocido al reino del Preste Juan. Para llegar a él había que marchar hacia el oriente, por tierras pobladas de seres extraños: humanoides con un solo pié (esciápodos), otros acéfalos con los ojos y boca sobre el abdomen (blemios), y bestias quiméricas de todo tipo. Al final de la travesía se arribaría a un reino extenso, desde donde habrían partido los Reyes Magos que adoraron a Jesús recién nacido, y adonde habría sido llevado posteriormente el Santo Grial. Un reino cristiano en los límites del mundo y depósito de los más elevados conocimientos humanos.
También en oriente se encontraría la entrada a Agartha, el reino subterráneo donde habitaría una raza superior a la humana, tanto en tecnología como en espiritualidad. El acceso a su capital, Shambhala (o Shangri-Lá), se encontraría oculto entre los montes Himalayas, pero el reino mismo se extendería por debajo de casi toda la corteza terrestre.
Sólo con las crónicas de los viajes de Marco Polo, aparecidas sobre el año 1300, se desdibuja en parte la imagen fantasiosa que se tenía de oriente. Sólo en parte, pues el tema de Agartha fue reflotado a principios del siglo XX por las sociedades gnósticas y ocultistas, e incluso se envió una comisión de estudiosos nazis al Tíbet, con objeto de tomar contacto con los habitantes de Shambhala.
Hoy sabemos, de acuerdo a investigaciones genéticas recientes, que el Homo sapiens llegó a lo que actualmente es China e India alrededor de 60 mil años atrás, al menos 10 mil años antes que a Europa. Los primeros vestigios de algún tipo de civilización en la zona asiática datarían de unos 5 o 6 mil años atrás. La teoría de las razas protoindoeuropeas (o arias) pretende establecer que el origen de las lenguas que se hablan en gran parte de Europa es el idioma sánscrito originado en la India.
Se sabe que existió contacto comercial y cultural entre el mundo occidental, concretamente civilización griega y romana, con los habitantes de dicha área geográfica a través de la milenaria “Ruta de la seda”. Pero al parecer las dificultades asociadas a dichas travesías eran tales que prevalecieron con más fuerza las leyendas que los frutos reales de dicho intercambio.