En
“Cómo reconocer una película porno”, Umberto Eco propone como
criterio a seguir el “cálculo de los tiempos muertos”
cinematográficos, aquellas escenas en las cuales “no pasa nada”
en términos narrativos, lo que resulta imprescindible para lograr un
aspecto de “normalidad” en la historia relatada. Extrañamente,
no propone como criterio la existencia de la transgresión, ya que
como señala en ese mismo texto ésta debe presentarse subsidiaria de
lo cotidiano:
“…
la película
pornográfica debe representar la normalidad –esencial para que
pueda adquirir interés la transgresión– tal y como cada
espectador la concibe”.
Tal
como propuse en un escrito previo, el porno se ha vuelto una
caricatura de la transgresión, y la ha reducido a la mecánica
representación de ciertos estereotipos de sexo y género. Sin
embargo, la represión no logra acallar del todo esa fuerza inmanente
a la transgresión (en este caso sexual).
Jean
Baudrillard, en su libro “De la Seducción”, presenta a la
obscenidad (pese a lo añejo que pueda resultar el término en esta
sociedad hipersexuada) como aquel elemento residual de resistencia,
que aún puede superar la restricción y expresarse en su ausencia de
límites.
“Sin
embargo, la obscenidad no es el porno. La obscenidad tradicional aún
tiene un contenido sexual de trasgresión, de provocación, de
perversión. Juega con la represión, con una violencia fantasmática
propia”.
Allí,
en ese límite que se vuelve frontera a traspasar, el porno se repliega en su impostura y deja su lugar para permitir el surgimiento del postporno y del
pornoterrorismo.
Con
su estética post-punk, su abundancia de prendas de látex negro y
rojo, sus amenazantes puntas metálicas, pero por sobretodo, con su
propuesta eminentemente creíble de una transgresión sexual que
perfectamente puede ser cotidiana, el postporno se instala como el
verdadero “modelo/ideal” a partir del cual el porno ha esbozado
su imagen burdamente caricaturesca. Aquí aparece la
fantasía-creación, que en el porno comercial sólo alcanza a ser
fantástico-ilusorio. Aquí no se requiere de los tiempos muertos,
porque la imagen de normalidad viene asegurada por la estética
cotidiana de sus protagonistas y por la ausencia de toda escenografía
(por lo demás, inútil).
Emergiendo
de la matriz del postporno, la sucesión de transgresiones se vuelve
fructífera, dando paso a nuevos conceptos o personajes conceptuales,
lúdicxs, provocadorxs, explosivxs. Uno de ellos, el pornoterrorismo:
“Se
trata de un nueva máquina de guerra, poderosa y potente: arma
eficiente que cuenta con manifiesta potencia de destrucción y
creación propia de las bestias mitológicas. Es el fruto desviado,
el vástago inconfeso, del cruce de una noche de juerga entre el
accionismo vienés y la postpornografía”.
La
adaptación al contexto, o más precisamente la reinvención
permanente de lo que se debiera entender por
pornoterrorismo, queda explícita en la última frase de su
Manifiesto: “Interverní.
Este manifiesto será re-escrito una y mil veces por todas...”
A
fin de cuentas, es la única forma de asegurar la permanencia en el
tiempo de una transgresión: generar respuestas transitorias
secuenciales que logren disolver los límites de las
estructuras/categorías.