28.5.15

Éticas libertarias para el Tercer Milenio: El exorcismo de los dinosaurios

El 25 de mayo resuena en Buenos Aires. A medida que se va recorriendo el microcentro, se van entrecruzando los sonidos de los bombos, las banderas argentinas, los lienzos que identifican a los sindicatos, las agrupaciones de estudiantes, los colectivos políticos que han ido llegando a medida que avanza el fin de semana largo y sus festejos por los 205 años de la Independencia. Se han sucedido los actos oficiales, los espectáculos musicales gratuitos frente a la Casa Rosada (hasta un millón de asistentes consignaba la señal de Televisión Pública durante la víspera), la masiva llegada de argentinos provenientes del interior. Pareciera que pocos quieren perderse el último 25 de mayo de Cristina Fernández.

En una plaza distante 2 manzanas del Obelisco, los tambores fusionan ritmos de murga, de candombe y de diablada altiplánica. Es recién pasado mediodía, y estudiantes reunidos bajo la sigla MPE (Movimiento de Participación Estudiantil "Camilo Cienfuegos") bailan disfrutando de un agradable sol otoñal. Se ven circular gaseosas, botellas de agua mineral, cervezas pasando de mano en mano y de boca en boca. Rápidas manos arman sándwiches con los ingredientes extraídos de bolsas de supermercado. El aroma de algún porro inunda transitoriamente el ambiente, hasta que una brisa repentina lo arrastra hacia otros lugares. No hay banderas argentinas aquí. En su reemplazo, y por un extraño capricho del espacio-tiempo facilitado por los estudiantes, confluyen San Martín, Evita, Fidel, Allende, las Madres de la Plaza de Mayo, Evo, Chávez, y muchos otros que el viento dificulta reconocer. Todos ellos sostenidos por los estudiantes y elevándose por sobre sus cabezas, bailando al mismo ritmo frenético de las danzas mestizas. Las consignas en lienzos y poleras hablan de integración latinoamericana, de poner fin a la intervención estadounidense e inglesa en nuestra tierra común, de construir una universidad del pueblo.

Súbitamente, una rápida seguidilla de explosiones y su característico olor a pólvora. Y luego, una detonación sorda y prolongada, y la elevación de un humo verdoso. Pero lo bailes no se detienen, y no tendrían porque hacerlo. El ambiente festivo no ha sido alterado: los petardos y las bombas de humo forman parte de la celebración. Los fantasmas de la represión y de las matanzas que tanta sangre joven derramaron a lo largo de nuestra América son exorcizados mediante su incorporación sonora al festejo. Y los fantasmas de los líderes que ondean sobre sus cabezas conservan su movimiento eterno, sin que puedan ser nuevamente detenidos por la pólvora que ya no está al servicio de la muerte, sino de la algarabía.

La plaza está frente al gran edificio de los Tribunales, cercado discretamente por unas vallas color negro. Los buses que transportaron a los estudiantes están al otro costado. No se visualiza cerca ningún policía, ni menos carros policiales. Tal vez el sabio de Charly tenía razón cuando cantaba «pero los dinosaurios van a desaparecer».