18.3.06

Cuando James Bond deja de ser James Bond


A través de decenios (de años y de filmes) las historias de James Bond mantienen el mismo esquema. Siempre es un absoluto desconocido, excepto para el Servicio Secreto de Su Majestad. Nadie lo conoce fuera de su agencia.
Agrupa en torno de sí todos los íconos de la masculinidad de masas: automóvil último modelo full equipo, tecnología inimaginable para un ciudadano común, arrojo temerario, destreza en todas las formas de lucha y en el uso de todas las armas, seducción garantizada de cuanta chica guapa se cruce por su camino. Arrogante y jactancioso. Es el héroe a escala humana, el que no está atado a ningún rígido código ético salvo el de su supervivencia, el que no desperdicia ningún instante que le pueda reportar hedonismo ni incremento de su egolatría.
Y filme tras filme, la secuencia de seducción de la "chica Bond" se mantiene: todo su arsenal está dispuesto para finalizar en la escena de alcoba a media luz. Hasta ahí James Bond es el seductor por antonomasia.
Sin embargo, la escena siguiente también se repite en cada filme. El alba sorprende a Bond tanteando el lecho y, con desconcierto, buscando a su pareja. Pareciera no recordar quién ha estado con él. Pareciera no saber qué hace en ese lugar. Pareciera no saber cuál es su propia identidad. James Bond deja de ser James Bond. Está sin armas, sin tecnología, sin ropa y sin arrogancia.
El momento es breve. Por lo general algún ruido sospechoso lo hace despabilarse del todo, incorporarse brúscamente y tomar el arma que guarda bajo su almohada. Y todo vuelve a ser como antes, y el héroe ya está dispuesto para continuar la misión que le ha sido encomendada. Y volvemos a reconocer al Agente Secreto que, al menos por un momento, fue secreto incluso para sí mismo.