22.11.07

Los laberintos de la memoria


Así como el esnobismo ilustrado dicta que a Isla Negra hay que partir con un libro de Neruda y a Cartagena con uno de Huidobro, para Salvador de Bahía hay que cargar con uno de Jorge Amado. El problema surge cuando no se encuentran libros de Amado en las librerías y el avión despega en menos de 24 horas.
Plan B: Llevarse algún libro de la casa de mis padres.
Hurgueteo y encuentro uno que ya he leído, pero hace unos 10 años: El Péndulo de Foucault, de Umberto Eco. Recuerdos de años universitarios, la Cábala (Khabala significa Tradición), los templarios. A pesar de que no corresponde a mi plan inicial e ideal, se va en mi mochila hacia el Brasil.
Plácida lectura para los ratos de descanso entre las caminatas por la ciudad, para leer después de saborear unos platos de los que fácilmente comen 2 o 3 personas, pero que los venden para uno.

Dentro de mis sueños recurrentes se cuenta el de las catacumbas. En algún momento entro a una serie de túneles, siempre en compañía de gente desconocida. Nadie muestra turbación, el recorrido puede ser extenuante, pero todos marchamos a paso regular, hemos entrado y avanzamos hacia la salida. A veces son intrincadas galerías, irregulares, húmedas y oscuras. Otras veces son amplios túneles, iluminados, casi rectos. Siempre el recorrido es larguísimo. Siempre hay una sensación de familiaridad, de conocer el lugar donde se está, pero no poder recordar exactamente cuándo ni por qué.

Y en algún momento, todo encaja. Llegado a la página 158 del libro, comienza el recorrido de Casaubon (el narrador) por Salvador de Bahía: describe lugares, comidas, ceremonias de candomblé. Durante 24 páginas deambula por los mismos lugares en que me encuentro.
Y así descubro que la improvisada decisión, el Plan B, seguía siendo esnobismo ilustrado, a pesar de que al decidirlo no lo supiera.