26.9.11

Rancios métodos de control: El porno como caricatura de la transgresión


Reiteradamente he oído/leído que a nivel mundial las industrias más lucrativas son: 1) la pornografía, 2) la venta de armas, y 3) las farmacéuticas. Nunca he podido dar con la fuente de esta aseveración, y sin embargo el poco sentido común que creo tener me hace tomarla por cierta.
La sexualidad como práctica o ejercicio corporal (más allá de la pura genitalidad) ha estado durante demasiados siglos aprisionada por la moral "occidental" de origen judeo-cristiano, y por lo tanto (al menos teóricamente) confinada al plano de “lo privado”, encadenada al concepto de “intimidad”, excluida del habla cotidiana “de buen gusto”.
Michel Foucault lo sintetiza en su “Historia de la Sexualidad: La Voluntad del Saber” con la siguiente propuesta: “... el puritanismo moderno habría impuesto su triple decreto de prohibición, inexistencia y mutismo.” Lo coloca en condicional (“habría...”) pues a continuación plantea que a nivel de discurso la sexualidad ha logrado hablar a entes específicos a quienes la sociedad ha conferido dicho poder: a los sacerdotes durante la confesión y a los psicoanalistas durante el análisis.

¿Qué surge ante lo prohibido? El deseo. ¿Qué surge ante lo oculto? La curiosidad. ¿Qué surge ante lo desconocido? La fantasía. Las cartas están echadas: ante una práctica sexual invisible, surge el porno. Antaño estampas dibujadas. Luego, fotografías. Últimamente, filmaciones. (Mención aparte: el burdel como lugar que surge en los linderos de lo real, inexistente como aparato productivo en un sentido económico oficial, a la vez que próspero negocio para algunos).
El porno presenta la estereotipia de la imagen corporal de cada género llevada a su punto de cristalización: hombres esbeltos y musculosos, mujeres lúbricas y exuberantes. Como producto cinematográfico destinado al consumo masivo, su canon estético es el de la sociedad de consumo: aquella figura corporal que sólo se consigue luego de adquirir onerosos productos dietéticos u hormonales, o de haber “invertido” en cirugías estéticas y prótesis siliconadas diversas.
Sin embargo, lo que el porno muestra no es la práctica sexual, ni siquiera las fantasías de sus espectadores: muestra lo fantástico, esa quimera que surge a partir de lo no-visto. Las escenas presentadas por el porno distan tanto de las practicadas por la mayoría de las personas como la Tierra dista del centro de la Galaxia (lugar de ese enigmático hoyo negro de la astrofísica). ¿Es imaginable un porno canino, que muestre las prácticas sexuales de los perros...? Nada más inútil, basta con pasearse despreocupadamente por las calles para ver a los cachupines “haciendo eso...”
A la vez, los roles de cada uno de sus protagonistas caen en ese encasillamiento pétreo que los inmoviliza y los deja imposibilitados de cualquier esbozo de variante lúdica. La normatividad penetra y se apropia de la que debiera ser una de las mayores manifestaciones de transgresión.

Jean Baudrillard, en su libro "De la Seducción", presenta al porno como la rigidización sublime de lo fantástico-ilusión en oposición a la fantasía-creación:
Al contrario, el porno añade una dimensión al espacio del sexo, lo hace más real que lo real — lo que provoca su ausencia de seducción.
Inútil buscar qué fantasmas obsesionan a la pornografía (fetichistas, perversos, escena primitiva, etc.), pues están eliminados por el exceso de «realidad».
Visto de muy cerca, se ve lo que no se había visto nunca — su sexo, usted no lo ha visto nunca funcionar, ni tan de cerca, ni tampoco en general, afortunadamente para usted. Todo eso es demasiado real, demasiado cercano para ser verdad. Y eso es lo fascinante, el exceso de realidad, la hiperrealidad de la cosa.”

¿Qué queda, cuando incluso en el último reducto dónde debiera cobijarse la liberalidad de la transgresión, aparece la estructura hipernormativa de categorización del sujeto? Allí, donde el porno se vuelve una caricatura de la transgresión, surge el postporno y el pornoterrorismo.

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