4.7.11

Rancios métodos de control: De peluquerías y confinamiento del pensar

La experiencia masculina del corte de pelo es extendidamente limitada. La oferta manifiesta se reduce a “regular”, “regular-corto” y “corto”, todas ellas en sus variantes “oreja cubierta” y “oreja descubierta”. En ocasiones, y dependiendo siempre de la ideología del poder fáctico de turno y/o del propio operario de las tijeras, se agrega una cuarta variante de por sí integrista: el corte “a lo militar”. Quienes optan por otras alternativas, habitualmente ven aún más reducidas sus opciones, ya que cualquier otra variante de corte entra en el campo no especificado ni definido de lo que puede considerarse “el pelo largo”, eterna fuente de dificultades y contradicciones para quienes esgrimen las tijeras sobre una cabeza masculina.
El acto de dominación asociado al corte de pelo alcanza su punto máximo en ciertos rituales relativamente encubiertos, como el ingreso al servicio militar o el tradicional “mechoneo” de quien se incorpora a la universidad. En ambas situaciones, el corte material se configura como acto fundacional del corte venidero que ocurrirá en otro dominio, topológicamente contiguo al pelo mismo: el dominio del pensar autónomo. En el caso militar, el pensar autónomo quedará subyugado al orden y la jerarquía institucional. En el caso universitario, se verá confinado para dejar lugar a la instrucción formal de la disciplina que se estudiará.
Del pelo al pensar se ha configurado una metonimia con siglos de historia. Desde que las reflexiones filosóficas primero, y anatómicas después, concluyeron que los pensamientos se originan en el cerebro, la cabeza como porción corporal ha adquirido un estatus de preeminencia por sobre el resto del cuerpo.
El oficio de barbero se remonta a las culturas griega y romana, prestando sus funciones principalmente a ciudadanos de elevada condición económica. Sin embargo, durante la Edad Media, su ámbito de acción se expande a áreas que hoy consideraríamos propiamente médicas y odontológicas. Extracciones dentales, vaciamiento de abscesos, aplicaciones de sangrías: todas ellas se yuxtaponen al tradicional corte y afeitado.
Dicha amplitud de su quehacer se prolonga por varios siglos, al punto que podemos encontrar al barbero Maese Nicolás acudiendo junto al cura a casa de Alonso Quijano, con la finalidad de hacer escrutinio de la librería del ingenioso hidalgo. Del centenar y más de volúmenes que encontraron, pocos se salvaron de la hoguera. ¿Qué poder se ha otorgado al barbero para que oficie de ayudante de censor, de inquisidor de “medio pelo”? El cura, a que dudar, encarna la ley moral aceptada en aquella época. ¿Y el barbero? Conocedor de la carne, de sus excrecencias y anormalidades nosocomiales, experto en el arte de eliminarlas limpiamente: no podría el cura contar con mejor asistente; allí donde la ley moral se extravía, en sus imbricaciones con la corporalidad, allí presta sus servicios el barbero.
No conformes con la hoguera de libros de caballería que generan, se dedican a seguirle los pasos a Don Quijote en sus aventuras, y a traerle de vuelta a su hogar llegado el final de la primera parte de la novela de Cervantes. Le otorgan un mes de reposo, y luego se allegan a su residencia para evaluar si efectivamente se encuentra recuperado de su locura, o si ésta persiste. Y adivinen que concluyen. Cura y barbero, moral y protopsiquiatría; y Don Quijote tan loco como en un principio.
En nuestros días el barbero ha devenido simplemente peluquero. Su otrora autoridad ha sido sepultada por el advenimiento de métodos más eficaces de control, sin embargo la metonimia persiste. Por ya varias generaciones, los adolescentes en busca de diferenciación han innovado en su forma de llevar el cabello, para furia de inspectores, docentes y padres en general. Buscan exteriorizar su afán de conseguir un pensamiento autónomo, lejos de la tradición impuesta por los años que ostentan sus predecesores. Algunos lo consiguen. Otros, sin conseguirlo realmente, perpetúan la extravagancia del corte hasta edades inmerecidas. Los menos, se liberan del peluquero y se cortan el pelo a sí mismos.

1.7.11

Éticas libertarias para el Tercer Milenio: Elogio de Schehrazada


La historia es conocida, pero eso no necesariamente significa que sea recordada. Comenzaré entonces por refrescar la memoria:
Cuéntase –pero Alah es más sabio, más prudente, más poderoso y más benéfico– que en lo que transcurrió en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad...”
Un poderoso Rey descubre los libertinos amoríos de su esposa con sus esclavos. Luego de darles muerte, dispone que cada noche su Visir le lleve una muchacha virgen, a quien arrebata la virginidad y manda matar al amanecer. Al cabo de 3 años, sólo quedan en la ciudad las 2 hijas del Visir, quien incapaz de desobedecer el mandato de su Rey, le lleva a la mayor: Schehrazada.
¿De qué magnitud es el poder de este Rey, para que el Visir sea capaz de enviar a la muerte a su propia hija? Su poder se sustenta en las leyes humanas, pero a la vez en la “Ley Divina”. Las religiones monoteístas originadas en el Medio Oriente (judaísmo, cristianismo e islamismo) comparten sus textos sagrados antiguos y las máximas allí presentes. Quien ostenta el poder terrenal, lo hace validado por el poder celestial; lo cual, por cierto, no es garantía de “celestialidad” en las decisiones que toma o en sus actos. El Antiguo Testamento está plagado de relatos de crímenes, asesinatos y relaciones de dominación ejercidas por los gobernantes contra sus súbditos. Y predominantemente contra las mujeres.
El relato del origen de Eva contenido en el Génesis, sea que se le considere en forma literal (existen personas que piensan así) o como narración mítica, sostiene todo un discurso de repudio y consecuente exclusión del género femenino. Surgida a partir de una costilla de Adán, es creada para hacerle compañía; pero acto seguido se vuelve instrumento demoníaco y, en su afán de probar el Fruto del Árbol del Conocimiento, arrastra al Hombre a la perdición y expulsión del Paraíso. Desde entonces, la misoginia se encuentra validada en dichas culturas, y su efecto se extiende durante milenios, hasta nuestros días y nuestra cultura.
¿Qué otra decisión puede entonces tomar el Visir? Su hija mayor será la víctima esta noche, en la próxima lo será su hija menor, y a la siguiente él mismo será el asesinado por no cumplir el mandato del Rey... si es que no decide antes huir.
La historia señala que el Visir sufre por llevar a Schehrazada, pero no refiere que busque otra salida. Lo que el Visir no puede prever es que el Fruto del Árbol del Conocimiento no sólo constituyó una ancestral condena, sino que otorgó a su hija la fuente de su salvación.
Schehrazada no desobedece las leyes, ni siquiera se rebela. Acude al lecho del Rey, y luego de entregarle su virginidad, habla. Y comienza a contar una historia:
He llegado a saber, ¡oh Rey afortunado!, que hubo un mercader entre los mercaderes, dueño de numerosas riquezas...”
Llega el amanecer y la historia está inconclusa... y el Rey decide que no la matará hasta no escuchar el desenlace. Durante su segunda noche con Schehrazada, comienza otra historia que queda inconclusa, y así ocurrirá por las siguientes mil noches y una noche.
El mandato real, el decreto de muerte de la virgen, no se cumple. Y sin embargo, ninguna rebelión ha puesto en duda el poder del Rey, nadie lo ha desafiado... al menos abiertamente. En las mismas fauces del despotismo ha surgido un discurso de liberación, invisible en un primer momento, pero irremediablemente avasallador. Al punto que el propio poder no se da cuenta de lo que está ocurriendo, hasta que ya es demasiado tarde y se encuentra absolutamente seducido y subyugado.
No resulta necesario invocar a la magia para que las palabras sean poderosas y logren cambiar la realidad. La fantástica historia de “Las Mil Noches y Una Noche” no es necesariamente una fantasía. Las palabras son a la vez causas y efectos. Causas de cambios, cuando están organizadas en un discurso efectivo. Efectos de un pensar, que surge de una mente esclarecida y atenta a lo que ocurre en el entorno. Y cuando estas palabras han constituido discurso, y éste ha surgido desde la exclusión, su poder puede resultar avasallador.