5.9.11

Rancios métodos de control: La patologización del descontento


Las imágenes de violencia callejera y disturbios ocurridos en Inglaterra hace unas semanas fueron transmitidas por TV, prensa y sitios de internet a destajo. Parecía extraño que en un país de primer mundo ocurrieran sucesos propios de países tercermundistas o ex-colonias del Imperio Británico. O al menos ese era el tenor de los comentarios que acompañaban a las imágenes.
Mientras las veía, recordaba fragmentos de “La Naranja Mecánica” de Stanley Kubrick, película en la que Alex y sus amigos mostraban comportamientos no tan diferentes a los que se transmitían en vivo y en directo en esos momentos. Y me preguntaba cuánto tiempo pasaría hasta que, tal como en la película, se hablara de “enfermedad” para intentar explicar los actos violentos. Para mi sorpresa, fue el propio Primer Ministro Británico David Cameron quien usó la expresión, a 4 días de iniciados los disturbios. Habló de sectores de la sociedad enfermos, de mala crianza de los hijos, de falta de valores éticos. Lo único que faltó es que dentro de sus medidas propusiera la implementación masiva de la técnica de Ludovico para “tratar” a esta manga de Alex subversivos.
Se ha hecho demasiado común en el último tiempo patologizar el descontento. Habiendo multitud de condiciones sociales que permiten al menos comprender (y hasta tal vez explicar) el complejo escenario en el cual emerge la violencia hacia el sistema social establecido con sus abismantes desigualdades, pareciera ser que es más sencillo hablar de enfermedad. Con lo cual se vuelve a una estructura propia de varios siglos atrás, donde se recluía en un mismo espacio físico a los sin hogar, los ladrones y los afectados por enfermedades mentales o neurológicas. Por cierto, Chile no ha escapado a esta tendencia. Baste con recordar al tristemente célebre Cisarro y su bullado tratamiento en el Hospital Calvo Mackenna.
¿Que hay detrás de este gesto de quienes ostentan el poder, de este confinar al “desadaptado” dentro del ámbito médico? Pareciera ser que la sociedad no logra concebir el malestar como algo “normal”. Dentro de los discursos exitistas, de crecimiento económico de los países, de contar con bienes de consumo disponibles en abundancia, quienes se atreven a señalar su malestar por no estar incluidos dentro de los beneficiados aparecen como extraños. Mejor llevarlos al médico, para que los trate y los devuelva recuperados.
El descontento, el malestar, la ira, todos son emociones y sentimientos naturales al ser humano. La violencia puede manifestarse a partir de ellos, y por lo tanto no constituye una anormalidad. Puede ser que en ciertos contextos esta violencia sea catalogada como ilegal o constituya delito, pero eso no la convierte en una anormalidad. El Experimento de la Prisión de Stanford realizado hace 40 años atrás mostró que bastan unas pocas “condiciones extremas” para que surja el sadismo y la violencia en personas que previamente no habían tenido conductas de ese tipo.
No deja de ser extraño que quienes, como el Primer Ministro Británico, buscan castigar ejemplarmente este tipo de comportamientos al definirlos como ilegales, pasen por alto el hecho que muchos de quienes han actuado con violencia en estos disturbios han sido vulnerados en sus derechos sociales y laborales por instituciones dependientes del propio Estado. Por lo tanto, también han sido víctimas de actos ilegales, una violencia enmascarada por actos y omisiones de quienes ostentan el poder.

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