
Mientras
las veía, recordaba fragmentos de “La Naranja Mecánica” de
Stanley Kubrick, película en la que Alex y sus amigos mostraban
comportamientos no tan diferentes a los que se transmitían en vivo y
en directo en esos momentos. Y me preguntaba cuánto tiempo pasaría
hasta que, tal como en la película, se hablara de “enfermedad”
para intentar explicar los actos violentos. Para mi sorpresa, fue el
propio Primer Ministro Británico David Cameron quien usó la
expresión, a 4 días de iniciados los disturbios. Habló de sectores
de la sociedad enfermos, de mala crianza de los hijos, de falta
de valores éticos. Lo único que faltó es que dentro de sus medidas
propusiera la implementación masiva de la técnica de Ludovico para
“tratar” a esta manga de Alex subversivos.
Se
ha hecho demasiado común en el último tiempo patologizar el
descontento. Habiendo multitud de condiciones sociales que permiten
al menos comprender (y hasta tal vez explicar) el complejo escenario
en el cual emerge la violencia hacia el sistema social establecido
con sus abismantes desigualdades, pareciera ser que es más sencillo
hablar de enfermedad. Con lo cual se vuelve a una estructura propia
de varios siglos atrás, donde se recluía en un mismo espacio físico
a los sin hogar, los ladrones y los afectados por enfermedades
mentales o neurológicas. Por cierto, Chile no ha escapado a esta
tendencia. Baste con recordar al tristemente célebre Cisarro
y su bullado tratamiento en el Hospital Calvo Mackenna.
¿Que
hay detrás de este gesto de quienes ostentan el poder, de este
confinar al “desadaptado” dentro del ámbito médico? Pareciera
ser que la sociedad no logra concebir el malestar como algo “normal”.
Dentro de los discursos exitistas, de crecimiento económico de los
países, de contar con bienes de consumo disponibles en abundancia,
quienes se atreven a señalar su malestar por no estar incluidos
dentro de los beneficiados aparecen como extraños. Mejor llevarlos
al médico, para que los trate y los devuelva recuperados.
El
descontento, el malestar, la ira, todos son emociones y sentimientos
naturales al ser humano. La violencia puede manifestarse a partir de
ellos, y por lo tanto no constituye una anormalidad. Puede ser que en
ciertos contextos esta violencia sea catalogada como ilegal o
constituya delito, pero eso no la convierte en una anormalidad. El
Experimento
de la Prisión de Stanford realizado hace 40 años atrás mostró
que bastan unas pocas “condiciones extremas” para que surja el
sadismo y la violencia en personas que previamente no habían tenido
conductas de ese tipo.
No
deja de ser extraño que quienes, como el Primer Ministro Británico,
buscan castigar
ejemplarmente este tipo de comportamientos al definirlos como
ilegales, pasen por alto el hecho que muchos de quienes han actuado
con violencia en estos disturbios han sido vulnerados en sus derechos
sociales y laborales por instituciones dependientes del propio
Estado. Por lo tanto, también han sido víctimas de actos ilegales,
una violencia enmascarada por actos y omisiones de quienes ostentan
el poder.
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