2.1.06

Franjas de Cielo

(Durante el año 2004, se desarrolló un Taller de Narrativa para Psiquiatras al alero de la Sociedad de Neurología, Psiquiatría y Neurocirugía de Chile. El presente texto fue concebido al finalizar dicho Taller).

Parto de la imagen de un libro de Paul Auster. Un hombre ha decidido abandonarse a su locura, a su identidad en fuga. Se refugia en un callejón sin salida de Nueva York. Postrado entre los contenedores de basura, su única referencia del paso del tiempo son los cambios de luminosidad en la franja de cielo que divisa más allá de los rascacielos. No hay hombres, no hay días. Sólo rostros de espejismo a la distancia.

Puede que la descripción que Auster da en su libro no coincida con mi recuerdo, pero esa franja de cielo me lleva a otra, captada por una cámara de video. Un hombre en el lado izquierdo de la imagen mira despreocupadamente hacia arriba. Un edificio al lado derecho muestra en uno de sus costados la silueta de un avión. La imagen tiembla, el hombre se sobresalta. Tal vez grita. La franja de cielo más allá de los rascacielos comienza a oscurecerse con un tono rojizo. No hay rostros. Tampoco espejismos.

Cuando esas imágenes se grabaron en mi memoria, aún no tenía la costumbre de mirar al cielo. He de reconocer que fue un hábito tardío.

Primero fue la búsqueda de gárgolas y otros animalejos similares, esculpidos en las cornisas del barrio antiguo. Miradas pétreas que en ocasiones se cruzaban con la mía, develándome el estático paso de las sombras por sus cuencas de granito. Esas nunca pudieron mirar al cielo.

Pero yo admiraba a las otras, a las que sólo contaban con las nubes para interrumpir su incesante escrutinio del infinito. Acaso creía encontrar en ellas cierta transfiguración de mi odio a lo cotidiano, a ese ineludible enfrentamiento día a día con mi monótono andar. Cuando el desprecio se apoderaba de mí, intentaba vaciar mi mirada y dirigirla hacia la altura.

Se comprende así que mi segunda adquisición fuese el hábito de mirar al cielo desde la altura. Las azoteas de los edificios eran mi refugio cada vez con mayor frecuencia. Desde allí la franja de cielo se ampliaba, hacia los lados, pero también hacia arriba. Era como si mi mirada fuera capaz de abarcar cada vez hasta mayor altura. Sentía que alcanzaba la nitidez azulosa de ese vacío lleno de significados que se abría ante mí.

Compadecía al personaje del libro de Auster, por su imposibilidad de ver más que una mera franja de cielo. Pero más intensamente que la compasión sentía un profundo desprecio por su voluntario abandono, por su mendigar carente de virtud, por su ascetismo sin fundamento.

Desde entonces mucho tiempo ha pasado. Gárgolas, libros, azoteas, imágenes televisivas.

Hoy, mientras este dolor en mi espalda me paraliza lentamente, aún logro ver una franja de cielo. Reflejada en el charco frente a mi cara, va oscureciéndose con un tono rojizo que borra su fondo de piedra insondable.

(Texto publicado en el Nº 2 de "Laxitud 33", órgano oficial de la Asociación Libre de Becados de Psiquiatría, Abril 2006).

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